En primer lloc voldria demanar disculpes, ja que no acostume a emprar aquest tipus de vocabulari al blog, i menys com a títol. Però es que ja està bé.
Fa molt de temps que estic molt cabrejat per pràcticament tot el que té a veure amb este “Estat de Dret” on vivim: la situació política autonòmica, amb un president imputat per nosequants delictes, i presidents de Diputacions que no es queden arrere, amb un model productiu que fa enveja (xe, ara farem un parell de centenars de xaletets i voràs com mos forrem), amb un sistema educatiu lamentable, amb saturació a les aules, poca preparació del professorat, escassos recursos i un index de fracàs escolar cada vegada més alt, amb les polítiques neo-liberals del govern de ZP que es pensa que facilitant l’acomiadament i allargant l’edat de jubilació els mercats s’alegraran i, per tant, la crisi s’acabarà…
Però una de les coses que possiblement faça de resum de tot açò, i que ens ajude a entendre sense cap mena de dubte perquè estem com estem (i perquè continuarem estant així, si no és que anem a pitjor) es pot llegir a un article del País, de l’especial Preparados que estan fent des de fa alguns dies. No he seguit tots els articles de l’especial que es venen publicant cada dia, però si que n’he llegit alguns, i la veritat és que vols recomane.
Però tornant on estàvem, l’article en qüestió el vaig descobrir gràcies a un retweet de Toni Hermoso, i explica perfectament el perquè de com estem. Igual li hauria d’haver posat així al títol d’aquesta entrada, però ara ja està. A continuació reproduisc l’article tal qual es troba a les pàgines del País:
El coste de las becas
España invirtió en mí casi diez millones de pesetas y ahora lo está aprovechando otro país
ANÓNIMO * (HISTORIAS DE LOS LECTORES) – Costa del Pacífico de EE UU – 29/09/2010
Estudié toda mi vida con becas. Eso, dicho así, parece una frase hecha, pero no. Estudié toda mi vida con becas, que significan -entre otras cosas- dinero de todos los contribuyentes. Con 14 años, el estado empezó a pagarme 14.000 pesetas anuales a modo de beca para materiales. Tengo 31 años, así que hablamos de 14.000 pesetas del año 1993. Desde los 17 me becaron con 32.000, con lo cual para cuando acabé el instituto el Estado había ingresado en mi cuenta 92.000 pesetas contantes y sonantes.
Entré en la Universidad y también tuve becas, nunca tuve que pagar ni una sola matrícula. A una media de, pongamos, 75.000 pesetas por curso, eso hacen 375.000. Además, recibí una beca escolar que, de media, eran unas 150.000 pesetas anuales: 750.000 en los cinco años. En quinto de carrera tuve, además, una beca de colaboración de mi Departamento. Se suponía que era para aprender investigar, pero lo único que me enseñaron fue a cargar carretillas de papel para la fotocopiadora, hacer funcionar la fotocopiadora y cambiar el tóner de la fotocopiadora. Me pagaron 23.000 pesetas al mes, diez meses. Total hasta aquí 1.447.000 pesetas. Unos 8700 euros.
Recibí cuatro becas diferentes para hacer el doctorado. La primera que acepté era de una fundación que me pagaba cuando le parecía oportuno, no me daba recibos del pago y, además, me metió en líos con Hacienda. En cualquier caso, seis meses a 600 euros, 3600 euros. Poco tiempo después recibí otra con patrones que me timaron en menos aspectos. No me contrataron, pero me hicieron firmar dedicación completa. Trabajé para ellos bajo la miserable forma de una beca: di clases, publiqué en revistas, hice estancias de investigación… pero días cotizados, cero. 800 euros al mes, 36 meses, 28.800 euros en total. A eso hay que sumar tres estancias de investigación en prestigiosos centros del extranjero, a digamos 1200 euros de subvención cada una. Esto ya parece el 1, 2, 3… 41.100 euros de todos los españoles. El último año, por fin, los becarios de investigación conseguimos que se nos hiciera un contrato. A la hora de firmarlo, te daban un papelito donde tenías que firmar que renunciabas a tu baja maternal, en caso de quedarte embarazada. Eso sí que son políticas de conciliación y lo demás cuentos. Nos daban, por primera vez, paga extra. Se la llevó Hacienda, pero la sumo igual. Doce meses, catorce pagas, a 1100 euros, 15400 euros, 56.500 en total.
Ahora viene la pirueta. Después de seis años trabajando para la Universidad, había cotizado un año. Cobré el paro y envié currículos. 630, mi madre lo recuerda bien. Durante mis dieciséis años en el mercado laboral español tuve los empleos más diversos además de la Universidad: guía turística para la tercera edad, traductora de manuales deportivos, profe particular, manufacturera -que no diseñadora- de bolsos y abalorios, dobladora de anuncios de radio… Que no se diga que no lo intenté en varios campos.
Lo intenté con todas mis fuerzas. Me agarré a la tierra de Asturias con pies y manos. Estuve un año en el paro, con una carrera, un máster, un doctorado, cuatro idiomas y dispuesta a trabajar de lo que saliese… pero no salió nada. En unos estaba demasiado formada, en otros no daba, literalmente, la talla -hasta para dependienta de tienda de ropa de adolescentes me presenté-, así que decidí emigrar. El camino fuera de Europa no es sencillo: veo a mis padres por Skype, mi presencia empieza a borrarse de los recuerdos de mis amigas -“¿todavía vivías aquí cuando pasó eso?”- y suplico a las alturas que el señor de inmigración no se quede con mi barra de turrón de Suchard y mis latas de bonito en aceite cuando vuelvo, siempre antes de Reyes, a incorporarme a mis clases en una estupenda Universidad de la soleadísima costa estadounidense del Pacífico. Lo más triste es que soy feliz aquí, a pesar de que veo la tristeza inmensa en los ojos de mis padres.
En resumen, España invirtió en mí, directamente, casi diez millones de pesetas, además de la formación universitaria, y ahora lo está aprovechando otro país: un lugar donde me siento un miembro útil y productivo de la sociedad. El problema más grande es que mi caso no es único. De mis quince compañeros del doctorado, solo dos están trabajando en España, en condiciones lamentables, eso sí, en la Universidad. Solo en nosotros, solo en nuestro pequeño rinconcito de la sala de becarios con sus palomas anidadas en una ventana, el Estado español tiró a la basura 130.000.000. Ciento treinta millones de pesetas que estábamos deseando revertir a la sociedad en aquello para lo que nos habíamos formado, pero no nos resulta posible. Trabajamos un tiempo gratis, mucho tiempo sin contrato, muchas más horas que una jornada estándar, sin sanidad, sin derecho a baja maternal, sin derecho a paro y, sobre todo, sin derecho a quejarnos. Porque éramos unos privilegiados, la creme de la creme de la intelectualidad que iba a llevar a España a cotas nunca antes conocidas. Y eso último es lo único cierto. Somos la generación que va a llevar a España a cotas nunca antes conocidas de desesperación, de frustración, de angustia, de parturientas añosas, de abuelos que van a tener que aprender chino o inglés para preguntarle a sus nietos -por skype- de qué color es la bici que piden a los Reyes Magos en casa de los abuelitos y que les va a llegar por correo.
* Este lector ha pedido expresamente que no facilitemos su nombre.
Xe Xavi!
Si que estem malament.
No se si preferisc fer com que no me n'adone i no fer res o cagar-me en el tall de inútils que tenim com a caps de l'autonomía i del estat i (verb d'acció) (cosa roïna)...
En fi, si la cosa continúa així més del compte passaré de la indiferència a l'acció :-) ¿Qué podem fer? Xavi Castillo te algunes idees ;-)
Bon article!
No havia llegit aquest article. Xé, serà per diners!!!!
Així va el país, encara massa bé i tot per als mandataris que tenim. Quina vergonya...